Llueve y él reposa.
Lo llamé Nietzche por varias razones, pero además lo llamé de alguna manera porque cada ser tiene derecho a un nombre; hasta él, huérfano pajarito desnudo.
Caído de entre los suyos como Lucifer, como Saratustra. Todos caemos indefectiblemente.
Lo alimenté, pero probablemente su sistema no estuviese totalmente desarrollado para soportar. Como todos –pensé-, como yo.
Y mientras se bombardean en algún lugar del mundo, él se envuelve con la tierra para ocultarse de nosotros.
Miro dentro del abismo, casi transfigurado, y la lluvia cae sobre la pequeña tumba. Dios ha muerto, Nietzche también.
Tal vez sea la última vez que llueva desde que Dios ha muerto.
Alan de San Pedro
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